Ante una derrota electoral hay varios caminos interpretativos. Las urnas se poblaron de votos castigo a un gobierno que tiene entre sus logros la gestión sanitaria, pero cuando la ciudadanía ya no quiere escuchar hablar de esa cuestión.
Por María Pía López
Hay dos
costumbres instaladas en nuestra conversación política: el de opinar sobre lo
erróneo o acertado de lo hecho a partir de los resultados ya conocidos -con el
diario del lunes en la mano-, el de convertirnos todxs en DT ante la derrota de
un equipo: yo hubiera sacado a tal jugador o a tal ministro. Esos discursos son
parte del rumor social y de los modos en que nos hacemos un poco cargo de la
relación con la política, incluso cuando esas palabras y posiciones vengan
formateadas por laboratorios contundentes y usinas de difusión -y difamación-
muy aceitadas.
Ante una derrota electoral hay varios caminos interpretativos. Uno, considerar
aquello que construyó la victoria de los triunfadores -su vínculo con los
poderes, el ostensible acompañamiento de los grandes medios, su afinidad con la
dimensión más reaccionaria del sentido común. Otro, individualizar la
paternidad de la derrota, como si fuera resultado de la estrategia de unos u
otrxs integrantes del Frente, ya sea de algunx de lxs que detentan las mayores
responsabilidades o de alguna fracción que no habría hecho lo suficiente o
cuyos actos de gobierno serían merecedores de la reprobación social. Y hay un
tercero, que es preguntarse por los motivos no para dirimir supuestas culpabilidades
-camino que es la antesala para ejercicios de linchamiento y pugnas por
lugares- sino como parte de una elaboración colectiva de los problemas y un
balance de las relaciones de fuerza. La reflexión crítica, en estos términos,
es menos el juicio que señala, que la suspensión de ese juicio para poder
pensar, y pensarnos como parte del problema.
Una derrota de la que ningún sector del Frente de todxs puede sacudirse
fácilmente. Una derrota que se explica en parte por las dificultades producidas
por la pandemia y en parte por los modos en que el gobierno encaró el drama
acontecido. Los cuidados imprescindibles para evitar los contagios produjeron
un empobrecimiento general y un estado de irritación ciudadana por la
suspensión de las clases, y las medidas de compensación y gestión frente a esas
situaciones no fueron suficientes. Las urnas se poblaron de votos castigo a un
gobierno que tiene entre sus logros la gestión sanitaria, pero cuando la
ciudadanía ya no quiere escuchar hablar de esa cuestión.
Hay duelos irresueltos y la difícil situación de haber atravesado el miedo a la
muerte. Las derechas hacen una intervención eficaz sobre ese terreno porque no
trepidan en convertir un drama social en responsabilidad de un individuo que
debe ser linchado, casi al modo de un rito sacrificial, para purificar las
causas del drama. Así, una foto convirtió al presidente en objeto de una airada
impugnación, que encontraba su fuerza en un sustrato moral que el gobierno no
había dejado de agitar como modo de enfrentar la pandemia, poniendo a los
cuidados en relación a una idea de bien y compromiso que trastabillaba en una
instantánea. Del mismo modo, hechos de inseguridad con crueles desenlaces, son
considerados en una suerte de presunta resolución inmediatista: se trata de
matar al causante. El camino es fácil y falso, pero no deja de ser funcional a
la idea de que el sufrimiento puede ser reparado con esa lógica del intercambio.
En ese campo, hacen su cosecha las derechas antipolíticas, las que crecen
afirmando que no hacen política y son la mascarada de lo más reactivo de la
clase dominante. Derechas que hacen la apología de una jerarquización clasista,
racista y machista. Porque si la experiencia histórica de los fascismos del
siglo XX fue el combate contra los comunismos, lo que sucede hoy, a nivel
global, es la conformación de fuerzas reaccionarias que encuentran en los
feminismos y en los populismos democráticos sus principales enemigos. Es decir,
que confrontan con los núcleos de igualitarismo y con los movimientos de
expansión de derechos.
Es un error pensar que frente a ese crecimiento hay que afirmar un modo
ordenancista del peronismo, porque si este movimiento persistió pese a
persecuciones y proscripciones fue por la potencia igualitaria que encarnó. Su
punto de quiebre es la expansión de la pobreza y ahí está el nudo a resolver
antes que la apuesta a liberarlo de sus dimensiones feministas y
ambientalistas.
(María Pía López es socióloga, ensayista, investigadora y docente)
Fuente: Telam