Polémica, rebelde, apasionada. Poseedora de una llama que encendió los corazones de un pueblo sumergido en la pobreza y en la ausencia de sus derechos elementales. Supo caminar, sin titubeos, por la angosta cornisa que dividía el amor y el odio. Mujer poderosa en un tiempo en que el hombre era el eje central de la historia política argentina.
Escribe Nancy Musa
Eva Perón, querida y despreciada. Elogiada y calumniada. Angel para algunos, demonio para otros.
“Excelentísima señora” para unos pocos, Evita
para millones. Su breve paso por la vida fue tan profundo que a 69 años de su
muerte su figura sigue presente, su lucha permanece en la memoria, su antorcha
continúa encendida. Sus palabras están vigentes en el corazón de un siglo XXI
que ve llorar la miseria, la presión de los capitales foráneos, la traición de
los “entreguistas”, como ella les llamaba.
En este contexto mundial, leer a Eva Perón
nos lleva a pensar que los viejos problemas se han reciclado, han cambiado de
rostros y regresan con la fuerza de una bestia que necesita saciar su hambre
ilimitado, su sed de ambición desmedida.
“Cada uno debe empezar a dar de sí todo lo
que pueda dar, y aún más. Solo así construiremos la Argentina que deseamos, no
para nosotros, sino para los que vendrán después, para nuestros hijos, para los
argentinos de mañana”.
La Argentina soñada en la mitad del siglo XX,
la que generó esa frase de Eva, está suspendida en la telaraña de la grieta, en
las cepas de un virus invisible, en las trampas de un sistema global que no ha
podido, no ha sabido, no ha querido construir un mundo más justo.
No todos están dispuestos a dar todo lo que
pueden dar. Las minorías se niegan a ofrendar una mínima parte de sus
privilegios para una distribución con mayor equidad.
La polémica generada por el proyecto de
“impuesto a la riqueza por única vez” es una prueba de la falta de conciencia
colectiva que tienen las familias más ricas del país y sus representantes
políticos.
“Aparento vivir en un sopor permanente para
que supongan que ignoro el final… Es mi fin en este mundo y en mi Patria, pero
no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple
razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los
tristes desamparados de esta querida tierra”, escribió Evita poco tiempo antes
del último suspiro.
Hombres, mujeres, niños lloraron,
desconsoladamente, ese 26 de julio de 1952.
Hombres, mujeres, niños celebraron,
ruidosamente, ese 26 de julio de 1952.
Extrañas y contradictorias escenas provocadas
por el rostro oscuro de la muerte. El amor y el odio desfilando por el empedrado
mojado por las lágrimas de quienes perdieron a la mujer que los había abrazado
desde el alma, la mujer que había ofrendado su vida por la dignidad de los
humildes, que había renunciado a sus aspiraciones por el amor a Juan Domingo
Perón.
La mujer que había impulsado el voto
femenino, vedado hasta la llegada del peronismo.
“Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública”
“Ha llegado la hora de la mujer que piensa,
juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e
impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país. Ha
llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública y ha muerto la hora
de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad”. El concepto
era transmitido por Evita, en las radios, impulsando a las mujeres a luchar por
su derecho a votar. Hasta entonces, el sufragio le era permitido únicamente a
los hombres.
El 9 de septiembre de 1947 una multitud de
mujeres se concentró frente al Congreso de la Nación. El motivo de la
manifestación era exigir a los diputados la aprobación de la ley de sufragio
femenino que tenía media sanción del Senado.
Un proyecto impulsado desde el Poder
Ejecutivo en el marco de una serie de medidas en el marco del Plan Quinquenal.
El 23 de septiembre, finalmente, se promulgó la ley y Eva habló ante miles de
damas que festejaron el derecho conquistado.
“Recibo en este instante de manos del
Gobierno de la Nación la ley que consagra nuestros derechos cívicos. Y la
recibo, ante vosotras, con la certeza que lo hago en nombre y representación de
todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos
al contacto del laurel que proclama la victoria”, dijo Evita en uno de sus
discursos más emotivos.
En las elecciones de 1951 todas concurrieron
a las urnas por primera vez.
Discepolín y Mordisquito
Enrique Santos Discépolo fue uno de los
intelectuales que comulgó con el peronismo y con la figura combativa de Eva. Un
día antes de las elecciones del 11 de noviembre de 1951, debut del voto
femenino, Discepolín hizo su último monólogo radial con el personaje de ficción
“Mordisquito” creado por el autor de tantos tangos, para simbolizar al
antiperonista de la época.
“Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo
inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada, de buena
voluntad, que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de
tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la
milagrosa”. Así comenzó el monólogo.
La milagrosa, era el calificativo que usó
para definirla a Eva. La milagrosa.
El monólogo es una mirada de la época,
reflejando el perfil de los sectores enfrentados con el Gobierno justicialista.
“Ellos nacieron como una reacción a tus malos
gobiernos. Yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, ni a su doctrina. Los
trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un
largo camino de miseria”. Otro de los conceptos del reconocido compositor.
Cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia.
El 11 de noviembre de 1951 la fórmula
Perón-Quijano alcanzó el 63,4% de los sufragios, seguida por los radicales
Balbín-Frondizi, que obtuvieron el 32,2%.
En el padrón figuraban 8.623.646 de
electores, 4.222.467 eran mujeres.
El 17 de octubre de 1945
Evita tuvo su rol el 17 de octubre de 1945.
Sobre esa fecha clave en la historia del peronismo y la abanderada de los
humildes, Arturo Jauretche escribió: “El 17 de octubre fue un “Fuenteovejuna”:
nadie y todos lo hicieron.
Lo hizo Evita que se movió intensamente, lo
hizo Mercante también, lo hizo Cipriano Reyes que actuó con mucha eficacia, lo
hizo Colom, lo hicieron los cañeros de Tucumán que estaban en huelga desde el
día antes.
Se llenó la Plaza de Mayo, se llenó sobre una
corriente que duró todo el día y Buenos Aires se convirtió en una especie de
fiesta, de columnas que desfilaban con banderas que recorrían la ciudad sin
romper una luz, ni una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse la patas
en las fuentes de Plaza de Mayo porque habían caminado 15, 20 o hasta 30 km o
más algunos de ellos”.
El 17 de octubre de 1945, para muchos, nace
la mujer política, hasta ese momento María Eva Duarte, la joven actriz que
compartía su vida con Juan Domingo Perón.
En esa jornada, empezó a perfilarse la
personalidad de quien en poco tiempo se convirtió en la luz de millones que
coreaban su nombre, le brindaban su amor y cariñosamente la llamaban Evita.
“Si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta
no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo. Cuando un pibe me
nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y
humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama Evita me siento con gusto
compañera de todos los hombres”.
Su deseo fue cumplido. En 1962, José María Castiñeira de Dios le escribe un poema cuya estrofa final es la siguiente:
“Toda mi vida es un río, que anda rodeando la tierra, con ese pendón de guerra, que solo al pueblo confío. ¡Mi Pueblo, este signo mío, este amor sin más razones! Presa entre sus cerrazones, y porque soy libre y fuerte yo volveré de la muerte, Volveré y seré millones”.
(Fuentes consultadas para esta columna: Archivo General de la Nación, El Historiador, Museo Evita, entre otras páginas de la historia del peronismo)
Fuente: https://singrietas.com/a-69-anos-de-la-despedida-a-evita-la-milagrosa/